Más de cinco meses sin dar una conferencia de prensa era algo tan notable para un presidente estadounidense que había que remontarse a Ronald Reagan para encontrar otro que hubiera dado menos comparecencias de prensa. Teniendo en cuenta que Reagan pudo ser el primero en gobernar con Alzheimer, la comparación era tan demoledora que no la podía dejar correr. Tras lanzar su campaña con un vídeo el martes, Joe Biden se apresuró a poner el marcador a cero ayer con una conferencia de prensa compartida a propósito de la visita del líder surcoreano Yoon Suk Yeol, al que dejó el grueso de los anuncios. Tres preguntas para la prensa estadounidense y otras tantas para la coreana, como manda la tradición de la Casa Blanca. Entre discursos, preguntas y respuestas, la comparecencia duró poco más de media hora. Y aún así, el mandatario de 80 años no pudo evitar que su edad saliera a colación. «No soy capaz ni de decirla, supongo que eso dice lo viejo que soy, porque no puedo ni pronunciar el número, no lo registro, no va conmigo», admitió. Consensuado con Jill Biden no es el primer anciano en resistirse al paso del tiempo, ni será el último que se mire al espejo y no se identifique con el rostro arrugado que ve. Solo será el primer presidente que se sienta capaz de soportar la dureza de una campaña electoral, al mismo tiempo que los rigores del cargo. «La gente va a ver una auténtica competición y podrá juzgar si tengo lo que hace falta o no», zanjó ayer. «Yo respeto que me hagan un escrutinio concienzudo, yo también lo haría y, de hecho lo hice antes de decidirme». Lo suyo fue, primero, una decisión consensuada con su esposa Jill, de 71 años, que le acompañará mano a mano en este recorrido. Después, durante unas vacaciones de Navidad en las islas vírgenes, llegó el consenso familiar, porque todos estarán expuestos al escrutinio, pero especialmente su hijo Hunter, un ex drogadicto que enfrenta problemas judiciales. Los rigores de la campaña de 2020 estuvieron amainados por las medidas para paliar la pandemia, que le permitieron dar menos mítines y evitar los baños de masas. Esta vez no podrá saltárselos y aún así, lo intentará. El mandatario no tiene previsto ningún calendario para saltar a la arena electoral, de la forma en que ya lo hace su rival potencial, Donald Trump. Su plan parece ser explotar el poder que le da el cargo para maximizar su visibilidad y utilizar la agenda oficial en su beneficio. Dentro de esa estrategia destaca el papel de su segunda, la vicepresidenta Kamala Harris, de 58 años, a la que planea exponer mucho más de lo que ha hecho en las funciones del cargo. Harris ya dio una conferencia el martes por la noche, apareció ayer junto al líder surcoreano en la Casa Blanca y se la vio once veces en el video con el que se anunció la campaña. Nunca antes los estadounidenses habían escrutado a un vicepresidente con tantas posibilidades de sustituir en el cargo al comandante en jefe. La desgracia hizo que Lyndon Johnson tuviera que asumirlo cuando John F. Kennedy fue asesinado, y la dimisión de Nixon obligó Gerald Ford a sentarse en el Despacho Oval. Todo ello, como en casos anteriores, grandes imprevistos que esta vez resultan mucho más anticipables. Harris no solo puede ser la primera mujer en convertirse en presidenta de Estados Unidos, también es la más vulnerable a los ataques. Californiana de tez oscura, birracial y con una voz nasal muy característica, ha sido el blanco de ataques de los tertulianos conservadores, que sin duda la milimetrarán en los próximos meses, al tener más exposición que su jefe e índices de aprobación aún más bajos (35%, frente al 39% de Biden en la última encuesta de Reuters). Contra Trump El presidente cree que una de sus grandes ventajas para vencer a Trump por segunda vez es precisamente que ya le conoce. «Bueno, no es difícil conocerle, ya sabéis, pero yo le conozco bastante bien», insistió ayer. Con todo, admitió que incluso si Trump no se hubiera presentado probablemente él lo hubiera hecho, porque en realidad esto no va de salvar al país de una segunda venida de Trump, sino del íntimo convencimiento de que solo él puede devolver el brillo a Estados Unidos, algo en lo que coinciden todos los candidatos. Bajo el eslogan de «Vamos a terminar el trabajo» Biden se propone una prórroga de cuatro años que le permitirá salir de la Casa Blanca a los 86 con la satisfacción de haber recuperado el tiempo que tuvo que dedicar a terminar con la pandemia y reparar el caos que dejó Trump. El camino está por hacerse.